Opinión


María Paz Ramírez

Las apariencias engañan

María Paz Ramírez

7 Marzo, 2016

A raíz de la recién promulgada ley de inclusión, hace unos días leí una entrevista realizada por uno de los principales diarios del país al Superintendente de Educación. Lo que más me llamó la atención no fue la entrevista, sino uno de los comentarios realizado por un lector.

El comentario dice (textual) “Me da la impresión de que los colegios se van a llenar de flaites. La disciplina es una de las bases de la buena educación”. Al leerlo, no pude más que sentir decepción y tristeza.

Decepción al ver que los medios de comunicación han fomentado una percepción social equivocada respecto de esta nueva normativa. ¿Por qué? Quizás porque es noticia. ¿Y por qué es noticia? ¿Por qué a la gente le interesa tanto el tema de la presentación personal?

Es una lástima que algo tan importante como la implementación de una ley que pretende que avancemos como sociedad en temas de inclusión, se reduzca al mero hecho de que “ahora la presentación personal en los colegios no importa”. Lo digo porque ya he escuchado varios comentarios de este tipo.

En este sentido, es importante aclarar que la ley de inclusión fomenta que los colegios tengan su propio proyecto educativo, lo que contempla lógicamente la presentación personal de los estudiantes. La gran diferencia ahora está en que los estudiantes no podrán ser suspendidos o expulsados por no cumplir con dicha normativa. Las sanciones por una falta de esta índole deberán ir entonces por un camino que no impida al estudiante su derecho a educarse.

También siento una enorme tristeza al pensar que la razón por la que somos uno de los países con mayores índices de segregación de la OCDE somos nosotros mismos. Resulta frustrante ver que somos nosotros los que no queremos mezclarnos, los que intentamos alejar a los distintos, los que nos sentimos tan exclusivos e importantes que no podemos convivir con aquellos que son diferentes. Y uso el pronombre “nosotros” porque, a pesar de no sentirme identificada con lo que describo, sí creo que finalmente somos todos uno, que lo que le hacemos al otro nos lo hacemos a nosotros también, y porque creo que lo único que nos puede salvar como seres humanos es el sentido de comunidad. Una pena ver que estamos tan lejos de eso. De ahí la urgencia de la implementación de esta ley.

Por último, no quisiera dejar de lado la segunda parte de tan impactante comentario. Si bien hay estudios que comprueban que la disciplina (según nuestra concepción occidental) se relaciona con los resultados de aprendizaje de los estudiantes en los colegios, me gustaría saber qué entiende el autor del comentario por “buena educación”.

Sin conocerlo, me atrevería a decir que buena educación es para él producto de orden y obediencia, lo que está muy bien, la disciplina finalmente nos trae alegría y tranquilidad. Pero voy más allá de eso. Quizá la “buena educación” tenga que ver también con no tratar a mis compatriotas de flaites, sino entender que ellos son el reflejo de la importancia de poder acceder a un sistema educativo que les permita potenciar sus talentos, su creatividad y descubrir nuevas formas de expresión. Ahí está la base de nuestra nueva ley de inclusión, en el cambio cultural que pretende desarrollar.

Y es aquí donde surge en mí la esperanza (más poderosa que la decepción y la tristeza) de que este cambio se produzca y que poco a poco avancemos para crear una sociedad inclusiva despojada de las apariencias que tanto daño nos hacen.

Por ahí dicen que las apariencias engañan y como país ya sabemos bastante de eso, ya son varios los de cuello y corbata que están muy lejos de ser el reflejo de una “buena educación”.

Sobre el autor

Profesora de Educación Básica y estudiante de magíster en Educación

Cambia, todo cambia