Opinión


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¿Qué incluimos cuando hablamos de inclusión?

Valentina Navarro

8 Julio, 2016

Recientemente, en la cuenta pública del 21 de Mayo, la presidenta anunció un proyecto de ley para la inclusión laboral de personas con discapacidad. Esta tarea tiene el objetivo de aumentar el sueldo en personas en situación de discapacidad, además de aumentar las contrataciones en las empresas, pavimentando un poco el camino hacia la construcción de una sociedad inclusiva. Pero, ¿Chile está preparado para una ley de este tipo?, ¿Realmente las empresas serán capaces de incluir a personas en situación de discapacidad de forma efectiva? Cuando nos hacemos estas preguntas, creo que es necesario desarrollar más sobre el concepto de inclusión y sobre la concepción que se tiene de la misma a nivel de sociedad acá en Chile.

En primer lugar, cuando hablamos de una sociedad que “recibe” a las personas en situación de discapacidad, lo vemos como algo que “tenemos” que hacer, siendo en sí un proceso bastante pasivo. Pensémoslo así; en general, cuando una institución incluye a alguien con discapacidad, se realiza este proceso de forma solemne, y ojalá, pública. Sin embargo, lo más probable es que haya pocas personas que logren interactuar de forma fluida, resultando la interacción en algo incómodo y tenso. A esta tensión, se le agrega el desconocimiento técnico necesario para poder adaptar el contexto laboral a una persona en situación de discapacidad.

Es entonces, en ese primer contacto, en esa primera intención donde se plasma el hecho de que la mayoría de las personas presentes no conocen en su vida cotidiana a ninguna persona que requiera las mismas necesidades que la persona que ahora tienen al frente en el trabajo. En ese momento, puede aparecer (o no) alguien que no tiene problemas para saber cuándo empujar esa silla de ruedas, o agarrar del brazo a esa persona ciega, o tocar el hombro para hablarle directamente a esa persona sorda, o tener paciencia para explicarle a esa persona con discapacidad intelectual una instrucción, o entender que esa persona con autismo no pretendía ser brusco contigo. Ese salvador que va a disminuir esa tensión inicial, que sabe lo que tiene que hacer de forma natural, lo más probable es que te comente que tuvo un familiar con discapacidad. Pero la mayoría no habrá tenido esta experiencia antes en ningún otro contexto, y es ahí donde surge el problema.

El hecho de vivir en una sociedad que no es inclusiva conlleva estas dificultades; que se planteen normativas, pero que el objetivo real no se cumpla. El problema es que principalmente no convivimos. No es un tema de culpas o de ser mejor o peor persona. No es un tema de caridad. Se trata de las consecuencias de vivir en una sociedad que no es inclusiva.

Suele ocurrir que cuando las personas con discapacidad intelectual van al doctor, el doctor le habla a la mamá, como si el niño (o la persona adulta) no existiera. Y lo que es peor, suele ocurrir que, al ver a alguien con discapacidad, surge un sentimiento de pena que nos lleva a pensar de forma caritativa respecto de esa persona, lo que provoca que finalmente terminemos por adoptar una postura asistencialista. Esa postura lo más probable es que me ayude a sentirme bien conmigo mismo, pero no ayuda a la persona en situación de discapacidad. No la ayuda en tanto no sirve para generar herramientas o estrategias que permitan aumentar su capacidad de adaptarse a un medio que pretende incluir lo diferente sin conocerlo. No le sirve que la subestimemos.

¿Qué podemos hacer entonces? Convivir desde chicos. Desde el colegio. Desde el patio de juegos. Desde la universidad y desde el trabajo. En este sentido, los colegios que poseen programas de integración ayudan a que los alumnos compartan su etapa escolar con compañeros con algún tipo de discapacidad. Pero hay que ir más allá, hay que realizar esta labor de forma intencional y consciente, fomentando los espacios en los que puede ocurrir esta convivencia. Independiente del tipo de intervención que tenga el centro escolar o de los recursos de que disponga, la convivencia con la diversidad es terapéutica en sí y de forma bidireccional; beneficia a los niños con necesidades educativas especiales y a sus compañeros de curso.

Pero, además, hay un tercero que se beneficia: la sociedad. Ese niño que compartió el aula con otro niño con autismo, en adelante va a saber cómo tratar con él y, lo más probable, es que cuando salga del colegio, esté más dispuesto a contratar o trabajar con alguien que se encuentra con las mismas dificultades.

Instemos a que la discapacidad se vea desde el ángulo que se tiene que ver, es decir, desde el lado cercano y honesto. Más que desde una transferencia monetaria a una organización, a través de lágrimas frente a la televisión, o a través de la visita escolar a los más necesitados. Acerquémonos a jugar, bromear y apoyar desde donde corresponde; desde el día a día.

Por lo tanto… ¿Qué incluimos cuando hablamos de inclusión? Incluimos a todos, al niño que es incluido en el colegio, al adulto que posteriormente es incluido en el trabajo, a sus padres, a la comunidad que le engloba, y a todos nosotros. La inclusión es tarea de todos y generar instancias de convivencia desde pequeños es nuestra responsabilidad.

Sobre el autor

Es nuestra responsabilidad contemplar nuestra profesión de forma rigurosa y atenta con cada persona, destacando lo mejor en cada evaluación y entregando lo mejor a cambio; nuestro trabajo